En 1928, el investigador Alexander Fleming descubrió la penicilina, un acontecimiento que cambiaría el curso de la historia de la Medicina. Este hallazgo, que Fleming no dio a conocer hasta 1929, abrió las puertas de la revolución antibiótica. Muchas especialidades médicas no existirían hoy si Fleming no se hubiera encontrado en una placa de su microscopio un hongo bautizado como "Penicillium notatum".
Gran parte de los descubrimientos en el mundo de la investigación se originan de forma casual. Esto mismo paso con el descubrimiento de la penicilina.
Fleming estaba trabajando con unas bacterias llamadas estafilococos dorados, casualmente, descubrió que éstas eran destruidas por un hongo muy común originado por la descomposición de ciertas sustancias. Este científico británico descubrió, sin proponérselo, el poder bactericida de este moho llamado Penicillium Notatum, o sea, la penicilina.
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